Julio Brum fue alumno de la primera generación del Taller Uruguayo de Música Popular y desde entonces lleva cuatro décadas de incesante participación en el universo de la canción popular uruguaya. En los lejanos 90 puso el foco en el público infantil –y no tanto, vale la pena zambullirse sin prejuicios en esta discografía–, pero cada tanto y a través de distintos proyectos aporta una pincelada en el repertorio para adultos, por llamarlo de alguna manera. Es el caso del bienvenido Araicuay, editado a fines del año pasado junto con su banda, La Polkapagüer.
Se supone que araicuay es la denominación guaraní del río Santa Lucía, su significado es “río refugio de las nubes”. A partir de esta carta de presentación se construye una matrioska musical que aborda en simultáneo más de un sentido conceptual. Es un álbum sobre el agua como elemento vital y con profundo sentido ecológico. Por otra parte, es una celebración a la “cultura del río”, su entorno social y cultural, su flora y su fauna. Pero también es una obra sobre el terruño y sus círculos concéntricos al cual evoca y proyecta –el cantautor es oriundo de la ciudad de Santa Lucía, parte de la región hortofrutícola del departamento de Canelones–. Por último, es un muestrario de las rítmicas de proyección folclórica que habitan la comarca enmarcada en el río protagonista. Santa Lucía, el santoral, Margat, Paso de Pache, Aguas Corrientes, Los Cerrillos, El Colorado, Juanicó, Echeverría y Las Brujas son algunos de los poblados que forman parte de este paisaje y aparecen referenciados.